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Puedo componerte.
Puedo ser tu clave de Sol, y si eso te parece demasiado, me conformaré con un Re. Eso sí, menor.
Puedo ser el violín que exprima tu melodía.
Puedo perder el compás cuando me miras. O la cabeza.
Juntas podemos ser la más brillante de las sinfonías. Desataremos todas las emociones imaginables, hasta el punto en el que no sabremos si son reales o no. Me gritarás, y te miraré indiferente, hasta que me odies tanto que necesites besarme para no morir. Tus corcheas rasparán mi vestido viejo, y cuando finalmente caiga abatido al suelo, hecho jirones, tus avergonzados silencios ocuparán su lugar. Lloraremos de rabia, reiremos a carcajadas, te idolatraré, beberás de mis ojos verdes hasta cambiar el color de los tuyos. Serás mi melodía desencadenada.
Y cuando todo acabe, aplaudiremos hasta que nos sangren las manos.
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Definitivamente tú y yo somos de esas líneas que llaman paralelas. Aun así, sigo rezando para que una ráfaga de viento revuelva tu oscurísima melena y nos entrelace. Mientras tanto, seguiré soplando.