Odio esa poesía que haces
sobre cúpulas de cristal,
sobre amor entre árbol y enredadera,
sobre flores y primavera.

Creo que es violenta y desagradable.
Victimista y ególatra. Por eso

quiero que sepas
que tu bóveda multicolor ha estallado.
Sus virutas de vidrio se han clavado en mi pecho
y ahora estoy llena de llagas.

También quiero que sepas
que tu enredadera asciende lentamente por mis piernas
incrustando más profundamente cada viruta.
Arrastra hasta mi cara margaritas y cristales.

Mírame, soy una bonita y luminosa vidriera.
Si estiro así los brazos soy
algo así como un Jesucristo en Technicolor. 
Hubo un tiempo en el que éramos los mejores malabaristas de la ciudad. Jugábamos con emociones, lanzándolas al aire y arrastrándolas de vuelta con los dientes. 

Éramos los domadores. La piel se doblegaba ante nosotros con sólo un par de miradas atroces.
Éramos los leones. Nuestras garras arrancaban cada revestimiento de pudor.
Éramos espectáculo.

Eso fue lo que escogimos: el olor de la humedad, su textura en nuestras manos. El resbalar de tus palabras entre mis dedos. Mi rabia clavada en tu cuello. Saturar todos los sentidos, rezumar demencia por cada poro de nuestra piel.

Equilibristas en el fino hilo del pesimismo, eso es lo que somos. Caer al vacío antes o después no era un riesgo, era una obviedad. Claro que, la carne tiene un precio; y la opción más razonable en este circo de castigos y recompensas siempre fue la de matarnos. 

Rester ou repartir, ou bien choisir la disparition

Los momentos caen los unos sobre los otros,
cubriéndolo todo menos a ti. 
Como siempre, dejaré que vuelvas y me beses,
lentamente,
hasta que sienta tus afilados colmillos perforar mis labios.